El
acoso institucional que viene sufriendo el arte callejero en España,
especialmente desde la aplicación en 2006 de la ley municipal
del civismo ha conseguido poco a poco implantar la llamada "cultura
gris" en las paredes de nuestras ciudades, cada vez más
próximas a verdaderos estados policiales gracias a la
proliferación de cámaras, patrullas, multas, etc.
Bajo
el pretexto de la pulcritud y la represión del vandalismo se
han metido en el mismo saco a rompedores de farolas, prostitutas,
vendedores ambulantes, participantes en botellones...y por supuesto a
los artistas urbanos, siempre sospechosos de simpatizar con la
ideología anti-sistema. Sacar la basura fuera del horario
establecido, tender la ropa de cara a la calle o algo tan simple como
colgar un macetero con geranios se ha convertido ya en algo
ilegal... es demencial , a este paso todos clandestinos.
El
insobornable movimiento graffitero ha evolucionado notablemente desde
sus comienzos, de la mano del "breakdance" a finales de los
años 70, hasta esta última década donde se
ha llegado a un altísimo grado de sofisticación, tanto
en el aspecto formal como en la originalidad y profundidad del
mensaje.
El
carácter subversivo de las obras ha atraído a galerías
y marchantes del mundo del arte oficial, sin embargo creo que
hay dos factores que las han protegido de ser fagocitadas por un
sistema siempre dispuesto a convertir el peligroso germen
revolucionario en una inocua vacuna.
Uno:
la logística y el riesgo de trasladar el formato callejero al
ámbito de un espacio cerrado convencional (baste
recordar el trágico final de un Basquiat desubicado y
engullido por la presión de su propia fama). Dos : la
diversidad de estilos absolutamente personales de cada artísta,
que dificulta la estrategia favorita del sistema para anular
propuestas alternativas : adoptarlas y desvirtuarlas poniéndolas
de moda.
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